El distrito limeño de La Victoria
congrega a buen número de familias de migrantes cañetanos que optaron por radicar en la
capital desde los años 30’s y 40’s. Podemos citar a los Barbadillo, Penalillo, De la Colina,
Reyna, Arzola, Sánchez, entre otros. Incluso, en la cuadra 7 de la Av. Bauzate
y Meza se encuentra la “Sociedad Hijos de San Luis de Cañete”. En 1982, don
Augusto Ascuez (recordado cultor criollo) escribió un artículo en el diario La Reública, sobre las zonas pobladas
por migrantes de Cañete.
POR Augusto Ascuez:
La Punta de Cañete, ese barrio
jaranero, quedaba dos cuadras más allá de García Naranjo en La Victoria. Era
una calle donde vivían morenos que habían venido de Cañete y Chincha. Allí
llegaron cuando recién se formó La Victoria. De la Punta de Cañete salieron
cantantes criollos de pura cepa, como el “Tuerto” Bueno, la señora María Esther
Saldaña, su hermano Banderique y su mamá, la señora Vicenta de Saldaña que tenía
una excelente voz para las marineras. Además de los cantantes habían unos
trompeadores que para qué les cuento, pero no eran buscapleitos: sólo se
defendía cuando los atacaban.
En la cuarta cuadra de este
jirón, quedaba el Callejón de Pinto, muy antiguo, de donde salía un Señor de
los Milagros. Allí vivía Enriqueta Cavero, una señora que se rompía a la hora
de bailar la marinera. Tenía varios hermanos: Eulogio y Zacarías cantaban
marineras.
Al Señor de los Milagros de este
callejón lo copiaron de una estampa que alguien tenía. Siempre salía en octubre
en procesión. Lo guardaban en una casa que quedaba al otro lado de la calle.
Allí también vivía Jurita Gonzales,
gran cantor de marineras. Franco también paraba por ese barrio, el gran amigo
Godofredo Franco. Se reunían en la esquina de un japonés, que se llamaba Nisa,
Cavero, Pedro Grin, un muchacho Bóveda que era albañil y Santurio que era el
más jocoso de todos.
Santurio era un negro delgadito,
de bigotitos, pero que se trompeaba muy bien. “Uy hermano ¡Soy un monumento
trompéandome!”, decía. Nos reíamos con sus ocurrencias.
Por allí, vivía Rosa García, que era
la mujer de Mañuco Covarruvias, muy buena señora y gran bailarina de música
criolla. Recuerdo mucho a su hermana Celestina. Por los caballeros sacaba la
cara en el baile un muchacho bajito llamado Plaza. Cómo se lucían en las
marineras.
En la calle Bélgica vivía la mamá
de Alejandro Villanueva, la señora Melchora Martínez. Era una china muy
buenamoza. Bailaba la marinera con un garbo muy bonito, daba la vuelta con
mucha gracias. Tenía un diente de oro que cuando sonreía se le veía agraciada. Era
pura risa. En su casa se armaban unas tremendas jaranas para su cumpleaños. Tenía
una hermana que se llamaba Julia que también era una excelente bailarina.
Cuando tomaba, se ponía a cantar y lloraba, muy sentimental era.
Allí iban todos los del Alianza
Lima. Iba Pancho Flores, que le decíamos “Caliente” porque se amargaba rápido, también
Ramón Ugarte, albañil de jarana. Cuando a Pancho le decían algo que no estaba
muy bien, se encendía y se agarraba a las trompadas. Nunca le gustó el abuso.
Yo lo fastidiaba: “Así que tú eres caliente ¿No? Yo a ti te enfrío”. “Calla la
boca” se molestaba, pero éramos como hermanos. “Te tiro agua” le respondía y
así jugábamos.
Recuerdo que a Pancho le ponía
una mano en la pierna y él me decía: “¿Qué estás haciendo? Calentándome” le
contestaba, por fastidiarlo. Toca muy bien el cajón. Hasta ahora vive. Es hermano
del Señor de los Milagros.
La señora María Esther era
cantora del Señor de los Milagros, era del coro. Su mamá, la señora Vicenta, lo
mismo.
Me acuerdo de Eulogio Cavero
cuando decía: “Me voy a comprar un terno y me voy a poner mi corbata verde”, no
podía decir verde.
Siempre íbamos a la casa de
Eulogio, para su santo o el de Enriqueta. Éramos muy amigos. Además de Enriqueta,
Eulogio tenía cinco hermanos, pero más recuerdo de ellos y de Marina. Con ellos
jaraneábamos.
Lo mejor era la esquina de Nisa. Allí
se ponían a jaranear. Lurita tenía por esa época unos 27 años y Cavero 30. Tomábamos
vino y comíamos esos Lomos Saltados que, Nica, a pesar de ser japonés, los
preparaba como para chuparse los dedos.
Tantísimos años vivía el japonés
allí que le encantaba la música criolla. Cuando había santo de cualquiera, Nisa
iba como uno más de la patota y se divertía. Era muy conocido.
Publicado en: En diario La
República, suplemento VSD, 29 de octubre de 1982, p. 15.