Luis Alayza y Paz Soldán, diplomático y escritor, nos relata en la cuarta serie de su libro "Mi País: Ciudades, valles y playas de la costa del Perú" (1945), sobre la danza de pallas en la fiesta de San Juan de la hacienda Arona. Un dato resaltante es que en el texto, habla del uso del cajón en las fiestas celebradas por los descendientes africanos de esta histórica hacienda de San Luis de Cañete.
En la Fiesta de san fulano y mengano, patrón de tal o cual hacienda surgen visiones de tiempos antiguos, espectáculos de exóticas civilizaciones.
El día de San Juan he visto en la hacienda Arona los diabliquillos, danza negra que recorre los polvorientos callejones, entre mímicas y figuras que representan la lucha de un enorme demonio con una legión de diablillos.
Al compás de la música bárbara y con pasos característicos, cae el demonio en tierra y se precipitan sobre él los diablillos con garrotes amenazadores, pero en el momento en que van a descargar la paliza, una caída de la música hace que dé un salto Satán se ponga en pie, y continúa la danza trashumante.
Figura siempre en estas comparsas un viejo diablo que sigue, como aconsejándola a la turba de diablillos perseguidores de Satán, cubierto el rostro con enorme peluca y barba, hechas de un vellón con todas sus anas y sendos huecos para ojos, nariz y boca. Satán tiene una máscara de cuero sin curtir y una enorme diadema de plumas de gallo.
Todos los personajes llevan trajes ceñidos al cuerpo, como el vestido de punto de los barristas y trapecista de los circos.
En competencia con los diabliquillos, danzan las Pallas, cuadrillas de indios que bajan de la Cordillera, a cortar caña antes y hoy a apañar algodón; al compás de una música monótona, estúpida y capaz de neurastenizar al más flemático, bailan horas entras sin descansar, cubiertos de vistosos trajes de felpa de colores vivos, adornados con franjas metálicas, espejitos y brillantes lentejuelas.
Hay también pallas de negros, pero estas son alegres y danzan a los acentos del “Son de los Diablos”, tocando con arpa y cajón rajado y quemado, en el que tamborotea un negro, arrancando con sus manos paquidérmicas broncos sonidos, mientras otros restregan dos quijadas de borrico, dientes contra dientes, con estruendo de sierra gigante, tan desagradable y salvaje, que haría las delicias de un cabaret cultor del jazz.
He oído también cantos bárbaros en dialecto africano, importados por bozales y mandingas de las costas de Guinea. De alguna se conoce, por tradición, el sentido. El más impresionante es un romance que narra cómo un negro brujo, viejísimo ya, reunió a todos los esclavos de Cañete en el amplio patio de Montalbán, para despedirse. Iba a morir en la más avanzada senectud y pedía a sus compañeros de esclavatura que expresasen sus dolores y miserias para trasmitirlos al Padre Eterno y pedirle misericordia para sus desheredados hijos.
Después de casa estrofa entonada por un negro diferente, se cantaba en coro un estribillo cuyo sentido, impenetrable para la inteligencia, es elocuente y claro para la sensibilidad es el lei motif de color con que, invariablemente, termina el mensaje de cada esclavo al Padre Eterno. A veces reafirma el sufrimiento, sin esperanzas de la estrofa que lo precede; protesta otras con un estallido de maldición, rebeliones y terribles amenazas contra el blanco que le oprime.
Al final el romance relata, cómo el añoso brujo comienza a elevarse en el centro del patrio de Montalbán, rumbo al cielo, hasta perderse de vista entre la salmodia desesperada e incesante de los esclavos.
Mi país: Ciudades, valles y playas de la costa del Perú. Luis Alayza Paz Soldán. Lima, 1945
Archivo fotográfico: Cuadro Hacienda Arona. Cuadros y episodios peruanos (1867)
PALLAS Y DIABLIQUILLOS
.En la Fiesta de san fulano y mengano, patrón de tal o cual hacienda surgen visiones de tiempos antiguos, espectáculos de exóticas civilizaciones.
El día de San Juan he visto en la hacienda Arona los diabliquillos, danza negra que recorre los polvorientos callejones, entre mímicas y figuras que representan la lucha de un enorme demonio con una legión de diablillos.
Al compás de la música bárbara y con pasos característicos, cae el demonio en tierra y se precipitan sobre él los diablillos con garrotes amenazadores, pero en el momento en que van a descargar la paliza, una caída de la música hace que dé un salto Satán se ponga en pie, y continúa la danza trashumante.
Figura siempre en estas comparsas un viejo diablo que sigue, como aconsejándola a la turba de diablillos perseguidores de Satán, cubierto el rostro con enorme peluca y barba, hechas de un vellón con todas sus anas y sendos huecos para ojos, nariz y boca. Satán tiene una máscara de cuero sin curtir y una enorme diadema de plumas de gallo.
Todos los personajes llevan trajes ceñidos al cuerpo, como el vestido de punto de los barristas y trapecista de los circos.
En competencia con los diabliquillos, danzan las Pallas, cuadrillas de indios que bajan de la Cordillera, a cortar caña antes y hoy a apañar algodón; al compás de una música monótona, estúpida y capaz de neurastenizar al más flemático, bailan horas entras sin descansar, cubiertos de vistosos trajes de felpa de colores vivos, adornados con franjas metálicas, espejitos y brillantes lentejuelas.
Hay también pallas de negros, pero estas son alegres y danzan a los acentos del “Son de los Diablos”, tocando con arpa y cajón rajado y quemado, en el que tamborotea un negro, arrancando con sus manos paquidérmicas broncos sonidos, mientras otros restregan dos quijadas de borrico, dientes contra dientes, con estruendo de sierra gigante, tan desagradable y salvaje, que haría las delicias de un cabaret cultor del jazz.
He oído también cantos bárbaros en dialecto africano, importados por bozales y mandingas de las costas de Guinea. De alguna se conoce, por tradición, el sentido. El más impresionante es un romance que narra cómo un negro brujo, viejísimo ya, reunió a todos los esclavos de Cañete en el amplio patio de Montalbán, para despedirse. Iba a morir en la más avanzada senectud y pedía a sus compañeros de esclavatura que expresasen sus dolores y miserias para trasmitirlos al Padre Eterno y pedirle misericordia para sus desheredados hijos.
Después de casa estrofa entonada por un negro diferente, se cantaba en coro un estribillo cuyo sentido, impenetrable para la inteligencia, es elocuente y claro para la sensibilidad es el lei motif de color con que, invariablemente, termina el mensaje de cada esclavo al Padre Eterno. A veces reafirma el sufrimiento, sin esperanzas de la estrofa que lo precede; protesta otras con un estallido de maldición, rebeliones y terribles amenazas contra el blanco que le oprime.
Al final el romance relata, cómo el añoso brujo comienza a elevarse en el centro del patrio de Montalbán, rumbo al cielo, hasta perderse de vista entre la salmodia desesperada e incesante de los esclavos.
Mi país: Ciudades, valles y playas de la costa del Perú. Luis Alayza Paz Soldán. Lima, 1945
Archivo fotográfico: Cuadro Hacienda Arona. Cuadros y episodios peruanos (1867)