LA FAMILIA CAMPOS. HISTORIA DE
VIDA COTIDIANA
Escribe: José Eusebio Campos
Dávila “Cheche”
La información más lejana que
tenemos sobre la presencia de la familia Campos como unidad dentro de la
comunidad afro se remonta a finales del siglo XVII, cuando Benito Campos, un
aguatero de Chincha (al parecer esclavo fugado) se establece en el puerto del
Huerto, hoy San Luis de Cañete. La referencia es muy vaga, solamente se sabe
que vivía en los totorales de las afueras del pueblo, cerca de la Laguna Encantada.
Benito procrea a Narciso Campos,
quien se une a Victoria Zegarra conocida generacionalmente como “Nitota”. Es
ella quien promueve la unidad y preservación de tradiciones con comportamientos
“dictatoriales”. Según cuentan, era una negra de armas tomar. Los Campos
Zegarra procrean once hijos que se dedican a la agricultura dentro de las
haciendas, y en el ámbito familiar cultivan pequeñas tierras eriazas en los
alrededores de las haciendas (lo que hoy se conoce como ampliación de la
frontera agrícola) pero sin ser propietarios. Contaba el abuelo que ellos
siempre habían creído que esas tierras les pertenecían, sin embargo las nuevas
generaciones de patrones exigieron sus tierras y les otorgaron otras nuevas y
eriazas, para que ellos las trabajen según sus posibilidades.
De los hijos de Narciso y
“Nitota” surgirán personajes de la vida nacional. Al parecer es aquí donde ser
preserva la tradición. Al parecer es aquí donde se preserva la tradición. Según
Ronaldo Campos de la Colina, él fue testigo
presencial de muchas de las manifestaciones folclóricas que su grupo
“Perú Negro” ha puesto en escenografía. Entre los biznietos más significativos
están Eloy Campos, célebre “carretillero” de la selección nacional, Ronaldo
Campos de la Colina, director del conjunto folclórico “Perú Negro”, y
“Periquete” Aguilar, recordado futbolista. Entre los tataranietos encontramos a
la cantante Daniel Campos, a la periodista y productora de televisión Zelmira
Aguilar y al futbolista Rodulfo Manzo.
De todos los hijos de “Nitota”
sobresale Ismael, conocido como “Ismaelón”, por lo grande y tosco que era y por
sus excesos laborales. Trabajaba sin descanso y sin tregua desde antes del
amanecer hasta el anochecer. Sus hijos le huían porque el trabajo no tenía
cuando acabar. Según cuenta Juan Campos, “Ismaelón” era muy querido y respetado
por los patrones; por ello fue designado responsable de llevar y traer el
dinero de la hacienda a Lima y viceversa, en época en que el viaje a lomo de
bestia se hacía en una semana. Sus encuentros con los bandoleros del lugar eran
muy comunes y mi padre me contó que jamás le quitaron dinero alguno ni
asaltaron las cargas, a pesar que todo el entorno de la ciudad de Lima estaba
plagada de bandoleros de todo tipo.
“Ismaelón” era un diestro del
machete y de la escopeta; por ello fue respetado por toda la población y por
los bandoleros del lugar. Cuentan que en una oportunidad un lugareño faltó el
respeto a doña Eliza Roque, esposa de Ismaelón. Cuando éste regresó a San Luis
de Cañete y le informaron lo sucedido, tomó su machete y fue en busca del
poblador. Llegó a la casa a media noche, tocó fuertemente y desde el interior
se escuchó una voz:
-
¿Quién se atreve a tocar a esta hora?
-
¡Yo, Ismael!
El silencio que siguió hizo que
“Ismaelón” tumbe la puerta. Encontró a la mujer y a los hijos. El pueblerino
había cogido las de Villadiego y no fue visto nunca más por las inmediaciones
del pueblo.
La familia Campos Roque tuvo diez
hijos. Uno de los mayores fue Hortensia Campos Roque, que fue la primera en
emigrar del campo a la gran ciudad. Se casó con Manuel Pérez, con quien tuvo
diez hijos que se dedicaron por entero a la construcción. En esta actividad
tuvieron éxito laboral y económico Néstor y Mauro Pérez Campos. Su prole se
ubica en los espacios sociales intermedios. Entre los sectores “B” y “C”, hay
varios profesionales, técnicos y suboficiales de la Armada. Sus economías no
han evolucionado al ritmo paterno. Los contemporáneos están emigrando hacia los
Estados Unidos.
La importancia de la familia
Pérez Campos radica en su cambio de status de campesinos a obreros calificados
de la construcción, hasta llegar a ser micro empresarios de la industria del
concreto. Fueron los primeros en acceder a la casa propia y a propiedades,
camiones, autos, maquinaria pesada, etc. Esta familia precisamente va a
promover la migración de San Luis de Cañete a Lima, albergando en sus solares a
los familiares y proveyendo trabajo en la construcción civil.
Otro de los hijos de la familia
Campos Roque fue Juan Campos, heredero de las cualidades de “Ismaelón”. Se casó
con Leopoldina Sánchez, zamba clara de fuerte influencia andina, con quien
logró consolidar trece hijos. Sobresale en este núcleo Esmeraldo Campos Sánchez
“Lalo”, de profesión camionero. Fue laureado campeón latinoamericano de boxeo
en 1952 y cuyo nombre se encuentra grabado en los laureles del Estadio
Nacional. Murió en un accidente automovilístico antes de cumplir los
veinticinco años.
Una de las damas más
representativas de este núcleo es Vicenta Campos Sánchez conocida por todos como
la “Tía Chenta”. Su reconocimiento no es sólo afectivo, sino por ser portadora
de la historia y tradiciones familiares. Había heredado de “Nitota” y de su
abuelo paterno, el “Cholo” Sánchez, el dominio sabio del arte culinario y del
curanderismo andino-andino. Su muerte fue muy llorada y la enterraron en medio
de un gran reconocimiento social en la comunidad de Villa El Salvador.
En el ámbito musical fue Juan
Campos Roque quien dio las pautas musicales, ya que desde muy pequeño había
deleitado a la comunidad de San Luis de Cañete con el toque magistral de su
arpa. Heredaron el don de la música Esmeraldo, Germán y Marcelino, expertos dominadores
de la guitarra, el cajón, la quijada y demás instrumentos musicales, con los
cuales, conjuntamente con su cuñado Eugenio Saravia, el saxofón de “Yeyo”
Zegarra y la guitarra de Carlos Hayre, se realizaban grandes jaranas en Santa
Cruz, Surquillo y Lince. Hija de Marcelino, es la actual cantante criolla
radicada en España, Daniela Campos. También es reconocida la trayectoria del “Colorao”
Alberto Pérez Arbela, esposo de María Campos Sánchez “Maco”. Este fue el más
grande zapateador de la década de los 60. Recuerdo que la familia en sí, era
todo un conjunto musical.
Mi padre es uno de los trece
hijos de Juan Campos Roque. Su nombre es Claudio Victorino Campos Sánchez,
conocido por el apelativo de “Don Claudio” o “Cuta”. Fue un eficiente obrero de
la construcción y luego contratista con limitado éxito. Mi madre, Rafaela
Dávila Pavón, realizó trabajos de servidumbre en las distintas residencias de
Lima, al igual que todas mis tías. Puedo concluir que a nivel laboral la
condición social no se modificó sustancialmente y que en las últimas cuatro
generaciones hubo un desarrollo horizontal, que no significó cambio de status,
de trabajadores de campo pasaron a obreros de la construcción civil y las mujeres
mantuvieron su status de servidumbre.
En cuanto a niveles educativos,
no hubo preparación alguna. Tanto hombres como mujeres estudiaron hasta el
tercer año de primaria, que era lo máximo que brindaba el sistema. Algunos dominaron
la lecto escritura sin necesidad de ir a la escuela y se contentaron; otros las
operaciones básicas y gracias a ello lograron superar situaciones, que los
ubicaban en una mejor posición laboral.
Dentro de una precariedad
material propia de la época, mi padre contrae nupcias con doña Rafaela Dávila
Pavón, hija del “Ñato” Dávila y hermana por parte de padre de “Caitro” Soto de
la Colina. Nacieron cuatro varones y dos damas que sobrevivieron a todo. Es muy
difícil entender a una familia cuando no se ha pasado por situaciones de
precariedad como la nuestra. Por ello me parece risible hablar de mi éxito,
cuando ayer nomas jugábamos a la carrera de carritos en el desierto de Ancón
con juguetes hechos de terracota, mientras nuestras madres se ufanaban por
hacer brillar los pisos para que otros los ensucien.
La generación Campos que
represento es quizás la primera generación con una posibilidad educativa total
y ello sirve para todo el conjunto de la población negra urbano capitalina que
irrumpió en el escenario educativo en la década de los 50. Sin embargo, no
todos fuimos los elegidos. En mi modesta opinión, en el camino quedaron cientos
de jóvenes negros que tenían un mar de aspiraciones, pero los obstáculos fueron
tan grandes que les impidieron su desarrollo. De mi barrio, en mi generación,
creo somos dos o tres. El resto ha seguido un camino desigual entre sus labores
de obreros, trabajadores libres, jugadores, músicos, delincuentes, drogadictos
y algunos que intentaron saltar los obstáculos y se precipitaron al infierno de
la vida y hoy andan perdidos por los caminos de la invisibilidad social, aquí o
en Estados Unidos, que es el último bastión de las aspiraciones de los
peruanos.
Algunos avanzaron económicamente
y se encontraron con las limitaciones del crédito, de las buenas relaciones,
las recomendaciones o con el problema de las garantías en propiedades. Aprendieron
que todo lo que brilla no es oro y que la sociedad no establece trabas para
nadie, aunque ellas existen.
Mi tío Abelardo Dávila Pavón conocido
como “Muñeca”, en su lecho de muerte del Seguro Social en 1996, me mando a
llamar para dar respuesta a la única pregunta que siempre le hice: “¿Por qué ustedes
no avanzaron para dejarnos un mejor porvenir y no este comedero de uñas?”. “Chechito
–me respondió- eran otro tiempos, los blancos tenían más pantalones, ustedes
recién los tienen todo, nosotros no teníamos nada, absolutamente nada, seguíamos
siendo esclavos, debes comprender a tu madre, ella hizo mucho”.
La dependencia laboral de los
conductores de las haciendas y negocios estaba establecida. El espíritu de
crear empresa no existía; por ello, cuando un negro quería poner un negocio o
aventurarse más allá de lo común se escuchaba: “Es preferible que gotee a que
chorees”
Con estas palabras quedaba bien
establecido que habíamos nacido para ejercer un trabajo simple, cualquiera que
sea, pero seguro, aunque se gane una miseria. La existencia de techos sociales
definitivamente se inicia internalizado hasta la generación anterior y ello le
impedía avanzar y luchar por nuevos logros, que por educación y vida cotidiana
no estaban a su alcance.
No sé si debamos hablar de mis
éxitos, cuando los hijos de mis primos siguen enredados en el cordón de miseria
de mi niñez y juegan con carritos de terracota en los arenales de Villa El
Salvador o en Huaycán. Estoy convencido que el Perú es más grande que sus
problemas y que es un país con posibilidades de realizaciones a pesar de los
prejuicios existentes.
José Eusebio Campos Dávila
Cursó estudios superiores en la
Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y Valle” La Cantuta,
Psicología en la Universidad Mayor de San Marcos, Post grado Maestría y
Doctorado en la Universidad San Martín. Docente de la Universidad Nacional de
Educación Enrique Guzmán y Valle, Decano de La Facultad de Ciencias Sociales y
Humanidades, Ex-Vicerrector de Investigación, Experto Afroamericanista,
Profesor Honorario de la U.P. ADA A.BYRON.