miércoles, 11 de febrero de 2009

AFRODESCENDIENTES EN EL PERÚ

AFRODESCENDIENTES EN EL PERÚ
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De acuerdo con las fuentes históricas, el primer africano que vino al Perú fue un esclavizado anónimo de Alonso de Molina (uno de los Trece del Gallo), que participó en el desembarco de Tumbes al lado de Francisco Pizarro (1527). El primer africano de nombre conocido fue Alonso Prieto, esclavizado de Pizarro y que antes lo fuera de Diego de Almagro. La primera esclavizada africana nominada que se conoce fue Malgarida de Almagro, doméstica y concubina del conquistador que le dio su apellido. Durante la Conquista hubo esclavizados de tres distintas procedencias: “guineos” (melanoafricanos), “moriscos” (árabes africanos y peninsulares) y “nicaraguas” (cobrizos nativos de América Central). Las crónicas afirman genéricamente que los primeros esclavos eran “africanos de Guinea”, pero los documentos comerciales atestiguan que eran en su mayoría biafranos y mandingas vendidos en San Jorge de la Mina y las islas de Cabo Verde por negreros portugueses.
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Una breve hueste de apenas una veintena de africanos acompañó como fuerza auxiliar de guerra a Pizarro en la marcha hacia Cajamarca (1532) y en las expediciones a Jauja y a Cuzco (1533). Iban siempre a pie, cuidaban de las armas y los caballos y participaban en los combates, pero sin derecho a paga ni premios. Dependían exclusivamente de la generosidad del amo blanco. Uno de los primeros cargamentos de africanos esclavizados fue traído por Pedro de Alvarado (1534), que introdujo 200 individuos. Hacia 1550, eran 3000 los africanos llegados; la mayoría moraba en Lima.
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Durante la Colonia, con el ingreso de africanos esclavizados de distintos orígenes se formaron casta y cofradías. Las más numerosas fueron entonces las de guineos, congos y angolas (uno de cuyos miembros pintó en 1651, en un muladar de Pachamamilla, la imagen que dio origen al culto limeño del Señor de los Milagros). Otras castas importantes fueron las de los lucumés, mandingas, ararás, terranovos, carabelíes y cabindas. Los congos y cabindas hablaban el kikongo y los angolas el kimbungo, lenguas de origen bantú. Los cargamentos de africanos esclavizados desembarcaron en el Callao, siendo llevadas las llamadas “piezas de ébano” en marcha forzada, maniatados y uncidos por “colleras” hasta los corralones del barrio de Malambo, detrás del río Rímac, donde se realizaba la subasta pública. Los africanos recién llegados eran llamados bozales y los que aprendían el español, ladinos. El precio variaba según el sexo, el oficio conocido, el “molino” (o dentadura, que indicaba su salud) y la “palma” o tamaño. También era importante que no tuviera cicatrices o demasiadas marcas de fuego, señales que indicaban castigos o sucesivas reventas. Se marcaba al esclavo varón en la cara y a la mujer en la espalda con la carimba, hierro al fuego, con las iniciales del amo. La carimba recién se suprimió oficialmente (en apariencia, al menos), en 1784, durante el gobierno del virrey Teodoro de Croix. El esclavo no sólo era rentable para las faenas agrícolas; era también empleado en numerosos oficios urbanos bajo la modalidad del subarriendo de sus servicios por cuenta del amo. Estos esclavos citadinos formaron las cofradías limeñas, que se basaban en lazos étnicos pero eran en verdad hermandades religiosas devotas de un santo patrono, autorizadas por la Iglesia. Sus miembros se reunían los domingos a debatir asuntos relacionados con el culto y a cantar y bailar la música de sus ancestros. Vivía en Lima un total de 4529 negros y 5857 negros, 436 mulatos y 418 mulatas, en 1630. En 1635 había en Lima 9 cofradías de negros y 10 de mulatos. Hubo también cofradías en los caseríos cercanos a las haciendas. Las celebraciones de las cofradías fueron el germen de la cultura y el folklore afroperuano.
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La sociedad virreinal dispuso diversas prohibiciones y severas penas para el esclavo que las incumpliera, que no consiguieron frenar el surgimiento de la cimarronería, esto es, la fuga de esclavos con el fin de vivir a salto de mata refugiados en huariques (pequeños refugios) o palenques (campamentos de cimarrones). Desde la primera rebelión y fuga de esclavos ocurrida en Huaura en 1545, la cimarronería se volvió en fenómeno social irreductible, aunque sin posibilidad de ir más allá de una subsistencia de Carabayllo, Huachipa y Cieneguilla, en las afueras de Lima, fueron el refugio de bandas de esclavizados salteadores que resistían con éxito el acoso de cuadrilleros y soldados a lo largo del siglo XVII. El último caudillo cimarrón limeño del que se tiene noticia fue el esclavizado Zambillo, muerto en 1808 al negarse a rendirse.
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En las haciendas los esclavizados camperos fueron la fuerza laboral fundamental para los cultivos en escala. Para el cultivo de vides, maíz, algodón y caña, trabajaban en cuadrillas por turnos diurnos y nocturnos, alojados en galpones que se cerraban con cadenas y cerrojos cuando ellos dormían. Fueron los esclavizados camperos los que iniciaron la gallística, que adquirió notoriedad en Piura, Lambayeque, Trujillo, Cañete, Chincha, Ica y Nazca desde inicios del S. XVIII hasta difundirse en Lima y establecerse el primer coliseo de gallos, en 1762.
El primer impulso abolicionista de la esclavitud provino de Túpac Amaru II, quien proclamó la libertad de los esclavizados en su famoso Bando de libertad, al comienzo de su rebelión contra la corona española (16 de noviembre de 1780). El Libertador San Martín (1821) dispuso la libertad de los hijos de esclavos nacidos después de la Independencia. El Código Civil de 1852 refrendó esa disposición, mientras el presidente José Rufino Echenique ofrecía la libertad a los esclavos que alistaran en su ejército. Dos años después, Ramón Castilla firmó en Huancayo la libertad definitiva de esclavizados, el 5 de diciembre de 1854. Entre 1854 y 1860, se manumitieron 25505 esclavizados, que significó para el Estado el pago de 7651500 pesos por concepto de indemnización para sus amos. Pasar de la esclavitud a la libertad no fue fácil transición para ellos; muchos tuvieron que volver a las haciendas como jornaleros o migrar hacia las islas guaneras desplazados de sus puestos por los culíes chinos y los canacas polinesios.
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APORTES A NUESTRA CULTURA
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Los afroperuanos han contribuido largamente a la definición de la peruanidad. Su aporte costumbrista, folklórico y lingüístico es amplio e insustituible.
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Bailes como el toro mata, el alcatraz, el amorfino, el panalivio, el festejo y la zamacueca (que daría origen a la marinera y tondero peruanos, la cueca chilena y el gato argentino) surgieron en este suelo peruano y son parte medular de la identidad nacional, siendo uno de los más antiguos en son de los diablos. También cabe mencionar a los “zapateadores” negros de Cañete y Chincha.
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De los instrumentos musicales se han extinguido la marimba de tablillas, las flautas de insuflo nasal y la viola de calabaza, pero han quedado, para deleite de percusionistas, la cajeta de palo, la quijada de burro, los palillos y el cajón. Este último aflora en los inicios del siglo XX, con la difusión de la música afroperuana. Se le llama Su Majestad el Cajón, porque es el rey de la música afroperuana. Entre los exponentes destacan Bartola Sancho Dávila, Caitro Soto, Ronaldo Campos y Amador Ballumbrosio (danza); Luisa Reyes, Susana Baca, Eva Ayllón, Arturo Zambo Cavero y Lucila Campos (música).
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En cuanto a la culinaria y la repostería, son parte de la identidad nacional: el cau cau, el tacutacu, los anticuchos y los picarones, la mazamorra y la chicha moradas, las natillas de Piura, el bienmesabe de Lambayeque, las chancaquitas de Trujillo, los camotillos de Sayán, las cocadas de Chancay, las chapanas de Lurín, los frijoles colados de Cañete, los manjarblanquillos de Chincha, las melcochas de Nazca y el arroz con leche de Lima. Punto aparte es imposible mencionar el turrón de Doña Pepa.
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La tauromaquia peruana tiene representantes afrodescendientes desde el siglo XVIII con José Pizí, que fue figura del toreo en Lima entre 1766 y 1791; Ángel Custodio Valdez Franco, mulato que realizara aplaudidas faenas entre 1859 y 1885; y Rafael Santa Cruz, “la maravilla negra del toreo”, de destacada trayectoria entre las décadas de 1950 y 1960.
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En el aspecto religioso, además del santo mulato Martín de Porras (1579-1639), fueron mulatas cercanas a la santidad Estefanía de San Francisco (fallecida hacia 1640) y Úrsula de Jesús (1604-1666). Un legado de la cultura afroperuana en Lima, es el culto al Señor de los Milagros, patrono de la ciudad, y cuya procesión es la más multitudinaria de Sudamérica. Otra muestra religiosa es la veneración a Santa Efigenia “Protectora del Arte Negro Peruano”, que se da en la ex hacienda La Quebrada, ubicada en el distrito de San Luis, en el valle de Cañete. La efigie de Santa Efigenia fue traída de África y estuvo oculta por muchos años en la época de la esclavitud. Hay otra versión de que pintaron e hicieron la efigie en La Quebrada. Lo importante es que tanto Santa Efigenia, como San Martín de Porres y el Señor de los Milagros corresponden a los principales elementos de tradición religiosa afroperuana.
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En la ciencia destaca el médico José Manuel Valdez (1767-1843), que llegó a ser médico personal del Libertador San Martín, y en las artes plásticas sobresalen Andrés de Liébana, afrodescendiente liberto maestro en Lima hacia 1670; José Gil, retratista de los libertadores (1783-¿1841?); y Francisco Fierro Palas, Pancho Fierro, acuarelista costumbrista (1809-1879).
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En los deportes tenemos innumerables exponentes. Este rubro ha merecido tener entre los portadores de sus lauros a futbolistas y basquetbolistas, boxeadores y atletas en general, sin olvidar por ello a las voleibolistas de ébano, que tantos triunfos han alcanzado al Perú, como el subcampeonato mundial de 1982 y el subcampeonato olímpico de 1988. Algunos ejemplos son José Bombón Coronado, Mauro Mina y Marcelo Quiñones (box); José María Lavalle, Pedro Perico León, Teófilo Cubillas, Héctor Chumpitaz (fútbol); Luisa Fuentes, Ana Cecilia Carrillo, Cecilia Tait, Gina Torrealva (voleibol); Ernesto Félix y Mauro Garcés (básquetbol).
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Y en la literatura tenemos a Nicomedes Santa Cruz (1925-1992), el afamado decimista, hermano de la compositora, coreógrafa, diseñadora y exponente del arte afroperuano: Victoria Santa Cruz.
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Un peruano, el técnico motorista Julio de la Cruz Chacaltana, tripulante del navío científico Humboldt, fue el primer afrodescendiente que pisó la Antártica, en 1988; y la máxima heroína peruana, Micaela Bastidas Puyacahua (1742-1781), la esposa de José Gabriel Túpac Amaru, era zamba, hija de negro mestizo e india.
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  • Breve historia de los negros en el Perú. José Antonio del Busto Duthurburu, 2001.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que bueno que se haga una reseña donde se resalte el aporte de los afroperuanos en general y no solo en danzas o deportes