domingo, 3 de diciembre de 2017

LA FAMILIA CAMPOS. HISTORIA DE VIDA COTIDIANA

LA FAMILIA CAMPOS. HISTORIA DE VIDA COTIDIANA

Escribe: José Eusebio Campos Dávila “Cheche”

La información más lejana que tenemos sobre la presencia de la familia Campos como unidad dentro de la comunidad afro se remonta a finales del siglo XVII, cuando Benito Campos, un aguatero de Chincha (al parecer esclavo fugado) se establece en el puerto del Huerto, hoy San Luis de Cañete. La referencia es muy vaga, solamente se sabe que vivía en los totorales de las afueras del pueblo, cerca de la Laguna Encantada.
Benito procrea a Narciso Campos, quien se une a Victoria Zegarra conocida generacionalmente como “Nitota”. Es ella quien promueve la unidad y preservación de tradiciones con comportamientos “dictatoriales”. Según cuentan, era una negra de armas tomar. Los Campos Zegarra procrean once hijos que se dedican a la agricultura dentro de las haciendas, y en el ámbito familiar cultivan pequeñas tierras eriazas en los alrededores de las haciendas (lo que hoy se conoce como ampliación de la frontera agrícola) pero sin ser propietarios. Contaba el abuelo que ellos siempre habían creído que esas tierras les pertenecían, sin embargo las nuevas generaciones de patrones exigieron sus tierras y les otorgaron otras nuevas y eriazas, para que ellos las trabajen según sus posibilidades.
De los hijos de Narciso y “Nitota” surgirán personajes de la vida nacional. Al parecer es aquí donde ser preserva la tradición. Al parecer es aquí donde se preserva la tradición. Según Ronaldo Campos de la Colina, él fue testigo  presencial de muchas de las manifestaciones folclóricas que su grupo “Perú Negro” ha puesto en escenografía. Entre los biznietos más significativos están Eloy Campos, célebre “carretillero” de la selección nacional, Ronaldo Campos de la Colina, director del conjunto folclórico “Perú Negro”, y “Periquete” Aguilar, recordado futbolista. Entre los tataranietos encontramos a la cantante Daniel Campos, a la periodista y productora de televisión Zelmira Aguilar y al futbolista Rodulfo Manzo.
De todos los hijos de “Nitota” sobresale Ismael, conocido como “Ismaelón”, por lo grande y tosco que era y por sus excesos laborales. Trabajaba sin descanso y sin tregua desde antes del amanecer hasta el anochecer. Sus hijos le huían porque el trabajo no tenía cuando acabar. Según cuenta Juan Campos, “Ismaelón” era muy querido y respetado por los patrones; por ello fue designado responsable de llevar y traer el dinero de la hacienda a Lima y viceversa, en época en que el viaje a lomo de bestia se hacía en una semana. Sus encuentros con los bandoleros del lugar eran muy comunes y mi padre me contó que jamás le quitaron dinero alguno ni asaltaron las cargas, a pesar que todo el entorno de la ciudad de Lima estaba plagada de bandoleros de todo tipo.
“Ismaelón” era un diestro del machete y de la escopeta; por ello fue respetado por toda la población y por los bandoleros del lugar. Cuentan que en una oportunidad un lugareño faltó el respeto a doña Eliza Roque, esposa de Ismaelón. Cuando éste regresó a San Luis de Cañete y le informaron lo sucedido, tomó su machete y fue en busca del poblador. Llegó a la casa a media noche, tocó fuertemente y desde el interior se escuchó una voz:
-          ¿Quién se atreve a tocar a esta hora?
-          ¡Yo, Ismael!
El silencio que siguió hizo que “Ismaelón” tumbe la puerta. Encontró a la mujer y a los hijos. El pueblerino había cogido las de Villadiego y no fue visto nunca más por las inmediaciones del pueblo.
La familia Campos Roque tuvo diez hijos. Uno de los mayores fue Hortensia Campos Roque, que fue la primera en emigrar del campo a la gran ciudad. Se casó con Manuel Pérez, con quien tuvo diez hijos que se dedicaron por entero a la construcción. En esta actividad tuvieron éxito laboral y económico Néstor y Mauro Pérez Campos. Su prole se ubica en los espacios sociales intermedios. Entre los sectores “B” y “C”, hay varios profesionales, técnicos y suboficiales de la Armada. Sus economías no han evolucionado al ritmo paterno. Los contemporáneos están emigrando hacia los Estados Unidos.
La importancia de la familia Pérez Campos radica en su cambio de status de campesinos a obreros calificados de la construcción, hasta llegar a ser micro empresarios de la industria del concreto. Fueron los primeros en acceder a la casa propia y a propiedades, camiones, autos, maquinaria pesada, etc. Esta familia precisamente va a promover la migración de San Luis de Cañete a Lima, albergando en sus solares a los familiares y proveyendo trabajo en la construcción civil.
Otro de los hijos de la familia Campos Roque fue Juan Campos, heredero de las cualidades de “Ismaelón”. Se casó con Leopoldina Sánchez, zamba clara de fuerte influencia andina, con quien logró consolidar trece hijos. Sobresale en este núcleo Esmeraldo Campos Sánchez “Lalo”, de profesión camionero. Fue laureado campeón latinoamericano de boxeo en 1952 y cuyo nombre se encuentra grabado en los laureles del Estadio Nacional. Murió en un accidente automovilístico antes de cumplir los veinticinco años.
Una de las damas más representativas de este núcleo es Vicenta Campos Sánchez conocida por todos como la “Tía Chenta”. Su reconocimiento no es sólo afectivo, sino por ser portadora de la historia y tradiciones familiares. Había heredado de “Nitota” y de su abuelo paterno, el “Cholo” Sánchez, el dominio sabio del arte culinario y del curanderismo andino-andino. Su muerte fue muy llorada y la enterraron en medio de un gran reconocimiento social en la comunidad de Villa El Salvador.
En el ámbito musical fue Juan Campos Roque quien dio las pautas musicales, ya que desde muy pequeño había deleitado a la comunidad de San Luis de Cañete con el toque magistral de su arpa. Heredaron el don de la música Esmeraldo, Germán y Marcelino, expertos dominadores de la guitarra, el cajón, la quijada y demás instrumentos musicales, con los cuales, conjuntamente con su cuñado Eugenio Saravia, el saxofón de “Yeyo” Zegarra y la guitarra de Carlos Hayre, se realizaban grandes jaranas en Santa Cruz, Surquillo y Lince. Hija de Marcelino, es la actual cantante criolla radicada en España, Daniela Campos. También es reconocida la trayectoria del “Colorao” Alberto Pérez Arbela, esposo de María Campos Sánchez “Maco”. Este fue el más grande zapateador de la década de los 60. Recuerdo que la familia en sí, era todo un conjunto musical.
Mi padre es uno de los trece hijos de Juan Campos Roque. Su nombre es Claudio Victorino Campos Sánchez, conocido por el apelativo de “Don Claudio” o “Cuta”. Fue un eficiente obrero de la construcción y luego contratista con limitado éxito. Mi madre, Rafaela Dávila Pavón, realizó trabajos de servidumbre en las distintas residencias de Lima, al igual que todas mis tías. Puedo concluir que a nivel laboral la condición social no se modificó sustancialmente y que en las últimas cuatro generaciones hubo un desarrollo horizontal, que no significó cambio de status, de trabajadores de campo pasaron a obreros de la construcción civil y las mujeres mantuvieron su status de servidumbre.
En cuanto a niveles educativos, no hubo preparación alguna. Tanto hombres como mujeres estudiaron hasta el tercer año de primaria, que era lo máximo que brindaba el sistema. Algunos dominaron la lecto escritura sin necesidad de ir a la escuela y se contentaron; otros las operaciones básicas y gracias a ello lograron superar situaciones, que los ubicaban en una mejor posición laboral.
Dentro de una precariedad material propia de la época, mi padre contrae nupcias con doña Rafaela Dávila Pavón, hija del “Ñato” Dávila y hermana por parte de padre de “Caitro” Soto de la Colina. Nacieron cuatro varones y dos damas que sobrevivieron a todo. Es muy difícil entender a una familia cuando no se ha pasado por situaciones de precariedad como la nuestra. Por ello me parece risible hablar de mi éxito, cuando ayer nomas jugábamos a la carrera de carritos en el desierto de Ancón con juguetes hechos de terracota, mientras nuestras madres se ufanaban por hacer brillar los pisos para que otros los ensucien.
La generación Campos que represento es quizás la primera generación con una posibilidad educativa total y ello sirve para todo el conjunto de la población negra urbano capitalina que irrumpió en el escenario educativo en la década de los 50. Sin embargo, no todos fuimos los elegidos. En mi modesta opinión, en el camino quedaron cientos de jóvenes negros que tenían un mar de aspiraciones, pero los obstáculos fueron tan grandes que les impidieron su desarrollo. De mi barrio, en mi generación, creo somos dos o tres. El resto ha seguido un camino desigual entre sus labores de obreros, trabajadores libres, jugadores, músicos, delincuentes, drogadictos y algunos que intentaron saltar los obstáculos y se precipitaron al infierno de la vida y hoy andan perdidos por los caminos de la invisibilidad social, aquí o en Estados Unidos, que es el último bastión de las aspiraciones de los peruanos.
Algunos avanzaron económicamente y se encontraron con las limitaciones del crédito, de las buenas relaciones, las recomendaciones o con el problema de las garantías en propiedades. Aprendieron que todo lo que brilla no es oro y que la sociedad no establece trabas para nadie, aunque ellas existen.
Mi tío Abelardo Dávila Pavón conocido como “Muñeca”, en su lecho de muerte del Seguro Social en 1996, me mando a llamar para dar respuesta a la única pregunta que siempre le hice: “¿Por qué ustedes no avanzaron para dejarnos un mejor porvenir y no este comedero de uñas?”. “Chechito –me respondió- eran otro tiempos, los blancos tenían más pantalones, ustedes recién los tienen todo, nosotros no teníamos nada, absolutamente nada, seguíamos siendo esclavos, debes comprender a tu madre, ella hizo mucho”.
La dependencia laboral de los conductores de las haciendas y negocios estaba establecida. El espíritu de crear empresa no existía; por ello, cuando un negro quería poner un negocio o aventurarse más allá de lo común se escuchaba: “Es preferible que gotee a que chorees”
Con estas palabras quedaba bien establecido que habíamos nacido para ejercer un trabajo simple, cualquiera que sea, pero seguro, aunque se gane una miseria. La existencia de techos sociales definitivamente se inicia internalizado hasta la generación anterior y ello le impedía avanzar y luchar por nuevos logros, que por educación y vida cotidiana no estaban a su alcance.
No sé si debamos hablar de mis éxitos, cuando los hijos de mis primos siguen enredados en el cordón de miseria de mi niñez y juegan con carritos de terracota en los arenales de Villa El Salvador o en Huaycán. Estoy convencido que el Perú es más grande que sus problemas y que es un país con posibilidades de realizaciones a pesar de los prejuicios existentes.

José Eusebio Campos Dávila

Cursó estudios superiores en la Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y Valle” La Cantuta, Psicología en la Universidad Mayor de San Marcos, Post grado Maestría y Doctorado en la Universidad San Martín. Docente de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, Decano de La Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, Ex-Vicerrector de Investigación, Experto Afroamericanista, Profesor Honorario de la U.P. ADA A.BYRON.