domingo, 25 de noviembre de 2007

Caitro yo recuerdo… EN SAN LUIS DE CAÑETE

Caitro yo recuerdo…
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“Caitro” Soto de la Colina, es un notable cultor de la música negra que ha paseado el ritmo de su cajón por diversos lugares del mundo.
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Nadie imagianría a simple vista a transformación que se opera en él cuando se halla en un escenario. La alegría enciende su mirada como si estuviera en trance, sus manos repiquetean sobre el cajón marcando el compás con una seguridad impresionante, haciendo vibrar su instrumento como si fuera una prolongación de su cuerpo.
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Con un ligero toque de nostalgia en los ojos, de hablar pausado, relata un acopio de recuerdos.
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EN SAN LUIS DE CAÑETE
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Mi pueblo, San Luis de Cañete, es un pueblito viejo, pequeño. Allí nacieron Héctor Chumpitaz, José María Lavalle y Adelfo Magallanes. Yo nací el 23 de octubre de 1934. Crecí en un hogar humilde con mis siete hermanos, José Luis, Ronaldo, Orlando, Enrique, Elia, Gilda y Rori.
De niños éramos felices. Si bien éramos pobres y no teníamos padre, todos los hermanos éramos muy unidos. Trabajábamos en las vacaciones de colegio sembrando arroz, abonando las plantas, pañando algodón, desgrananado.
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Como mi madre trabajaba demasiado tuve que dejar el colegio. Creo que llegué arañando hasta la primera clase de sexto de primaria. Allí ya enseñaban quebrados mixtos y homogéneos; a mí me gustaban mucho los números y era bueno. En ese entonces, yo mismo me dije “con lo que sé ya no me va a engañar nadie”. Yo me pegaba mucho a mi madre porque mi padre había muerto cuando tenía siete años. A mí me gustaba el trabajo y la acompañaba al campo para ayudarla. Íbamos a las haciendas Montalbán, Arona y Casablanca.
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Cuando mi mamá regresaba del campo cosía hasta tarde. Los días de fiesta preparaba anticuchos y picarones. Ella y mi abuela tenían muy buena mano para cocinar. Hacían dulces y manjares. Por eso, más adelante, entro a trabajar como cocinera a la hacienda donde Manuel Barnechea. Él tenía un caballo negrito azabache. Yo nunca he visto un animal más lindo. Se llamaba “Cañete” y, cuando mi padrino le decía “cuenta hasta diez”, movía la patita diez veces. Hasta que un día vino Conchita Cintrón, se enamoró del caballo y don Manuel se lo regaló. Todos lloramos cuando lo embarcaron en Cerro Azul.
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Cuando trabajaba en las haciendas sembrábamos el arroz cantando, porque teníamos la idea que el tiempo así se pasaba más rápido. Entrábamos a las siete y media de la mañana y terminábamos hacia las cuatro o cinco, cuando pasaba el avión del correo. Ese era el reloj, con eso nos guiábamos. Para ir a la hacienda nos transportábamos en burro, o bien a pie o a veces en un camión que contrataban para llevar el abono. Pero esto se daba muy rara vez pues, generalmente, íbamos caminando y tardábamos una hora y media, según la hacienda.
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En esos tiempos no había mucha maquinaria. Por ejemplo, desgranábamos utilizando una coronta porque con la mano te saca ampolla. La vida es linda en la chacra. Comíamos bien, se vivía bien. Cuando se sembraba arroz en las haciendas salíamos de caza porque venían unos patos silvestres que eran riquísimos. A veces, cuando entrábamos, nos llevábamos hasta los patitos chicos y los huevos cuando encontrábamos un nido. La verdad es que cuando no había plata comíamos mejor, porque entonces matábamos una gallina o un pato. También cazábamos cuculíes. Sujetábamos una canasta con un palito, debajo le poníamos comida y cuando venía ¡zas!, le jalábamos el palito. En el campo, en el fondo, el que se muere de hambre es porque quiere, todo es cuestión de ingeniárselas.
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Caitro Soto de la Colina
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Editor General: Bernardo Roca Rey Miró Quesada
Editor: Gabriel Valle Mansilla
Investigación: Claudia Balarín Benavides
Fotos: Eduardo López Velarde
  • De Cajón. Caitro Soto. Carlos Soto de la Colina. Editorial El Comercio. 1995

sábado, 17 de noviembre de 2007

EL GRAN AMADOR DE LA VIDA

EL GRAN AMADOR DE LA VIDA
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En El Comercio, hace poco apareció este buen reportaje en donde don Amador Ballumbrosio comenta acerca de su vida y también de la relación de amistad que tenía con Ronaldo Campos y Caitro Soto.
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ÍDOLOS. Amador Ballumbrosio es un símbolo histórico de nuestra música negra. Su casa, construida por él mismo, fue una de las pocas que no se cayeron con el pasado terremoto. A sus 74 años y en silla de ruedas, víctima de una parálisis, sigue conservando su alegría y tradición.
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Por: Miguel Ángel Cárdenas M.
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No cualquiera se llama como él. Y es armónicamente consecuente con eso. Don Amador viene preparando la Navidad Negra en la calle San José --su barrio, en El Carmen--, con el denuedo de un amante de la eternidad. Será una fiesta para ayudar a la reconstrucción de El Carmen, que durará hasta el 6 de enero, en que empalmará con la festividad en honor de la Melchorita. "Tengo parálisis y por falta de circulación se me va muriendo el cuerpo", dice con alegre serenidad. "Mi pie izquierdo solito brinca. Y mi brazo izquierdo, con el que tocaba el violín, está tieso", continúa con alborozada paz. ¿Frustración por esto? ¿Miedo? ¿Rabia? ¿Aunque sea un poco de desazón frente a la muerte? Ni una chispa. Él es un amador de la vida.
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Este mito infinito de la cultura negra no acepta entrevistas formales, solo que uno se siente a su costado, con la puerta abierta, el olor inmortal de un seco con frejoles que prepare Avelina, su esposa y docta cocinera; y converse sin prisa, sin fecha de regreso, como si la vida recién fuese a empezar.
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Su casa tiene de museo, de templo y de bailódromo. Recuerda la primera vez que vio aparecer aquí a Micky González.
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Lo trajo César Calvo. Micky era hippie, llegó y fue bien recibido. Y comenzó a tocar valses. Se enamoró de la música negra y consiguió amigos en El Carmen y en El Guayabo, y comenzó a recopilar temas. A mí me gustaban "Lola", el "Akundún"... En el video de "Lola" aparece un amigo Eusebio que se casaba con Lola. Pero era pura 'ñanga', para el video nomás. Y la gente cree que fue un matrimonio de verdad, ja ja ja.
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También llegó Manongo Mujica.
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Muy buena gente Manongo. Él llegó en el año setenta y tantos. Vino con Micky, con 'Chocolate', y también vino 'Chaqueta' Piaggio, era muchachito, pero cantaba como un grande el chaqueta, cantaba tropical muy buena... él ha venido la otra vez con su señora a dar víveres... A Manongo no lo veo hace tiempo; era tremendo, tenía un cilindro que le sacaba música, hasta lo exprimía, ja ja ja. Él era bien concentrado, también sacaba música santera.
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Todos vinieron a conocerlo, el poeta César Calvo era tremendo bohemio.
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Vinieron a mataperrear. Era un demonio, ja ja ja. Era músico, poeta y loco. Talentoso, una vez presentó un festival en Chincha, hizo la Navidad Negra narrada. Él mismo la narró. Después a mí me compuso un tema de zapateo, hasta ahorita lo tengo y mis hijos lo difunden. Me acuerdo cuando iba a presentar su libro sobre Ino Moxo y fuimos a acompañarlo. Y me llevó para que lo ayudara con Ronaldo Campos, para que zapateara. Y lo hizo muy bien, llegamos a la casa de la mamá de César... Y su mamá le echó su bendición y lo bañó como un bebito a ese palomilla, ja ja ja.
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Usted tocaba el violín, cantaba y zapateaba con ellos. ¿Lo aprendió de sus ancestros africanos?
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Sí, pero el zapateo está relacionado con lo andino, eh. Está entreverado, porque el negro se unió con el andino para el zapateo. ¡Se unieron! Y componían temas en quechua y en castellano, y bailaban cada uno a su estilo. El negro en Chincha se quiere mucho con el serrano para la música.
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¿Qué le gusta a usted de la música andina?
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Sus lamentos, que llegan al bobo, pues. Cuando yo empecé en la música ya estaban los grandes compositores. Son antiguos, pues, muy antiguos. Hacían remembranzas, después le daban el ritmo, todo y lo iban acoplando, los temas y cuartetas.
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¿Quién le enseñó a zapatear?
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Un señor Carazas y un señor Augusto Milani, un negro capo, nacido en El Carmen. Era un yanacón, un obrero de la tierra. Era un buen danzarín. Yo era un chibolo de 4, 5 años. Así se comienza, de chibolito. Mis papás me llevaban y me compraban mis cosas. Todo era mezcla de negro con andino; por ejemplo, acá había comunidades de serranos y para el 24 de diciembre, todos ellos venían en procesión con la Virgen. Y después estaban hasta la Misa del Gallo y venía el concurso de contrapunto, el zapateo en las gradas de la iglesia. Estaban los mejores. Pero esto ya se perdió.
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Sé que usted siempre participaba y ganaba.
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Ganaba conforme me tocara mi rival. Tenía que desplumarlo, pues. Tenía que echarle todo lo que sabía, mi habilidad rítmica. Bien poco me ganaban y cuando me ganaban le metía su patada, ja ja ja. Y después nos íbamos a trompearnos y los viejos nos decían: por qué han peleado, carajo. Y nos rajaban peor. Y nos decían: esta es una cosa de amistad, no de bronca. Nos hacían abrazar ahí.
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¿Y quién le enseñó a tocar el violín?
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Don José Lurita, tenía 96 años, era un cholo cruzado con zambo, ja ja ja. ¡Buena gente! Me enseñó cuando yo ya estaba casado, a los 20 años. Y aprendí a cantar para el zapateo, que es una danza religiosa, eh.
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¿A los dioses africanos, de la sierra?
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A todos, a santos como San Martín también. A todos se les danza parejo. A la Melchorita se le compone su copla y sale. Yo le he enseñado a los niños de El Carmen. Y para el Día del Padre tenía mi conjunto de borrachos, ja ja ja, y borrachos zapateaban mejor todavía.
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Según el fotógrafo Lorry Salcedo, usted tenía un dicho: "Hasta que el cuerpo aguante".
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Ah, yo zapateaba hasta que salía humo.
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Y hasta que salía humo tuvo quince hijos, tremenda energía.
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No teníamos radio ni televisión, pues. Arriba Perú nomás, ja ja ja... Mi hijo Filomeno, que está en Estados Unidos, era el mejor zapateador. José y Miguel están en Francia, el que está en Lima es Amador Eusebio, que está en La Tarumba. Carmen, mi hija, está en España, ella solo baila. Jesús José, 'Cochacho', toca la guitarra.
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Ahora que hablaba de los dioses, el que era santero era 'Chocolate' Algondones, se asumía como Eleguá, el dios yoruba que abre los caminos.
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'Chocolate' era un dios. Era serio. Cuando tocaba su cajón iba rezando. Fumábamos el cigarro puro, no el bambeado. Los dioses santeros lo ayudan y acompañan, es que la cuestión de la música tiene muchos enemigos, son los envidiosos. Un músico que te tenga envidia te malogra, te trae cosas negadas. Es bien bravo. Me ha pasado que he tenido que limpiarme bien, una vez hubo una competencia en que me fregaron el violín. Cuando intentaba no tocaba nada... Pero creo que no hay que darse mucho a eso, porque te acomplejas. Yo doy una oración espiritual, pero no me meto tan profundo. 'Chocolate' por ratos lloraba solito, eso es complejo ya. Yo me controlaba más, porque si no te muñequeas, te vas para otro lado.
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Usted ha tocado con 'Caitro' Soto. Dicen que era mejor zapateador que cajonero.
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Sí. Es cierto. He tocado con él un disco que firmamos con Félix Casaverde, yo me tomo una hora para zapatear y 'Caitro' también. Así hicimos un disco. Caitro era una linda persona.
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¿Quién le ha parecido el mejor cajonero del Perú?
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'Chocolate' y, claro, 'Pititi'... Pero déjame contarte un chiste que me contó 'Caitro'. Era Viernes Santo, vivía en Lima, pero quería ir a Cañete, porque él era cañetano. Dice que se iba a probar su chicha de jora. Y su madre le dijo: "Lo que tú quieres es ir a 'monear' con tu carro. Así que anda tú solo nomás". Dice que estaba con su perro y vio a un señor que estaba paseándose en su caballo. Y le puso mal una montura. Y el negro le dijo: "Alguien tan grande como tú haciéndole eso al caballo". El caballo vio al negro y le dijo: "Oye, y a ti qué te importa". Ja ja ja. Dice que chapó su carro y se fue hasta su casa. Y le dijo a su perro, como quien no quiere la cosa: "¿Tú escuchaste lo que me dijo el caballo". Y el perro le dijo: "Sí y yo me quedé cojudo con lo que te dijo", ja ja ja. 'Caitro' era el despelote, ja ja ja. Me dio tanta risa.
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Contracorriente de El Comercio. 8 de noviiembre de 2007.

viernes, 2 de noviembre de 2007

SU MAJESTAD EL CAJÓN

SU MAJESTAD “EL CAJÓN”

Al igual que en Cuba, donde, por lo que leemos de Ortiz, parece que el cajón tiene auge a comienzos de siglo -y cuando más desde fines del pasado-, yo opino que entre nosotros la utilización del cajón como instrumento folclórico escasamente data de un siglo atrás.
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Los octogenarios morenos de Chancay me contaban que antaño, para dar ritmo a la zamacueca, se utilizaban dos botijas de barro desfondadas, cubierta la boca con un cuero de panza de burro a manera de parche. La botija de mayor tamaño era nombrada “llamador” y llevaba el ritmo de base. La más pequeña se llamaba “repicador” y floreaba sobre el ritmo de la primera. Para darles temple de afinación se hacía una pequeña fogata con boñiga o corontas de maíz, el fuego se aplicaba por el cono desfondado de la botija, mientras el tocador iba pulsando el parche hasta conseguir la afinación deseada: grave para el llamador y aguda para el repicador. Estos tambores de cerámica se percutían directamente con las manos sobre el parche.
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Otro instrumento rítmico usado entre nosotros antes que el cajón fue el ya desaparecido tamborete. Consistente en una simple hoja de madera cepillada de unos 25 por 35 centímetros, colocada sobre cuatro patas, como una mesita. Otro tipo de tamborete era aquel que en vez de la tabla o tablero llevaba una caja de resonancia sobre la que se clavaban tapas de botella -“chapas”-, las mismas que eran cubiertas por finas varillas de madera. Sobre ellas repicaban los dedos ágiles del tocador. El tamborete dio ritmo de fondo a nuestra zamacueca.
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Nuestra zamacueca fue llevada a Chile en 1824 por los negros del Batallón Nº4 -según nos dice don Fernando Romero-, dando origen a la cueca chilena. Pero parece que también fue con ella nuestro tamborete, pues en Chile hasta ahora es instrumento de percusión para acompañar la cueca una copia fiel de nuestra mesita “enchipada” que los chilenos llaman “tormento”. La descripción del tormento se ajusta en todo a la del tamborete.
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Aparición del cajón
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Los cronistas que hasta mediados del siglo XIX vieran danzar a los bozales en festividades religiosas -Corpus- o en sus mismas cofradías limeñas sólo mencionan como único tipo de orquesta el ritmo de tambores membranófonos abiertos. (El cajón para el festejo es cosa relativamente nueva. En cuanto a su coreografía, todas las versiones actuales son creaciones arbitrarias, paridas en las llamadas “academias folclóricas”).
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Pancho Fierro (1803-1879), que en sus famosas y descriptivas acuarelas también nos dejara algunas versiones de la zamacueca, no pinta el cajón ni al cajonero. De haber existido, no hubiese soslayado su agudo pincel tan importante detalle.
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El gran pintor piurano Ignacio Merino pinta dos versiones de zamacueca: “La jarana” y “Una jarana en Amancaes”. Tales obras datan de la década de 1840-50 (apogeo de la zamacueca), pero en ninguna se advierte el clásico paralelepípedo. Sí figura, junto al mestizo guitarrista, un negro percutiendo una enorme botija colocada entre sus piernas: con la mano derecha bate sobre la boca del recipiente, mientras su izquierda golpea el vientre.
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A comienzos de este siglo ya figura el cajón en la marinera, pero Montes y Manrique no llevan cajón ni cajonero a sus grabaciones fonográficas en los Estados Unidos. Quizá no se le daba aún la importancia, pero una buena falta que les hizo.
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Con el “Canto del cisne” de la “Pampa de Amancaes”, durante la “leguiísta” década de los años veinte, con Sáenz, “Canario”, Ballesteros, Bartola, los Ascuez, Márquez, Covarrubias, Villalobos, Acevedo, Sancho-Dávila y Cobián, los cajones de Monserrate, Arciniega, Ramírez, “Magallanes”, Mendoza y Goyeneche alcanzan renombre y categoría instrumental. Ya no se trata de la improvisada gaveta ni del rotulado envase comercial. Ahora y hasta ahora es todo un prefabricado instrumento.
Pese a las caprichosas confecciones reinantes, creemos que las dimensiones del cajón ideal debieran ser, aproximadamente, las siguientes: un paralelepípedo de 50 por 30 centímetros de frente por 25 de fondo. La madera de los cuatro costados deberá tener un espesor de media pulgada cepillada, siendo el frente o cara -donde percuten las manos- un fino triplay de tres láminas que hagan cuatro milímetros de espesor en total. La placa interior, opuesta a la cara, deberá tener un espesor de tres octavos de pulgada, cepillada. Dicha cara interna o “espalda” del cajón, lleva al centro de una abertura para salida del sonido. Si esta abertura es circular tendrá un diámetro de 11 centímetros; si triangular, de 15 centímetros por lado. La ensambladura de las seis láminas de madera que forman el cajón se practica con clavos, siendo el acabado una mano de charol en color natural.
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Actualmente son los mismos fabricantes de guitarras quienes construyen los mejores cajones, pero, al igual que el encordado instrumento, empleando la misma técnica y materiales salen cajones sonoros y “sordos”. Cuestión de suerte.
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Cada cajonero o cajoneador tiene su modo sui géneris de acomodarse sobre o tras el cajón. Unos -los antiguos, y sobre todo los pocos jaranistas que a un tiempo cantan y cajonean-, sentados en una silla aprisionan el cajón entre las rodillas, asentándolo en el suelo pero inclinando hacia fuera la parte inferior, quedando en un plano perpendicular con la cara paralela a las palmas de las manos. La izquierda saca los tonos altos sobre el extremo superior izquierdo del cajón, mientras la mano derecha golpea de plano y al centro sacando tonos graves. Combinando goles, a veces ambas manos percuten o al centro de la caja.
Una variante de esta posición es eliminando la silla y sentándose directamente sobre el vertical cajón asentado a plomo sobre el suelo. Otra, colocando el cajón en posición horizontal y sobre el suelo: el tocador deberá sentarse sobre el instrumento con la pierna izquierda a la cabeza de la caja y la derecha delante del frente. Luego, la mano izquierda juega por entre las abiertas piernas mientras la otra mano pasa bajo la pierna derecha; ésta casi oculta las manos del cajonero.
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Nicomedes Santa Cruz
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El Dominical de El Comercio. 14 de diciembre de 1969.