viernes, 2 de noviembre de 2007

SU MAJESTAD EL CAJÓN

SU MAJESTAD “EL CAJÓN”

Al igual que en Cuba, donde, por lo que leemos de Ortiz, parece que el cajón tiene auge a comienzos de siglo -y cuando más desde fines del pasado-, yo opino que entre nosotros la utilización del cajón como instrumento folclórico escasamente data de un siglo atrás.
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Los octogenarios morenos de Chancay me contaban que antaño, para dar ritmo a la zamacueca, se utilizaban dos botijas de barro desfondadas, cubierta la boca con un cuero de panza de burro a manera de parche. La botija de mayor tamaño era nombrada “llamador” y llevaba el ritmo de base. La más pequeña se llamaba “repicador” y floreaba sobre el ritmo de la primera. Para darles temple de afinación se hacía una pequeña fogata con boñiga o corontas de maíz, el fuego se aplicaba por el cono desfondado de la botija, mientras el tocador iba pulsando el parche hasta conseguir la afinación deseada: grave para el llamador y aguda para el repicador. Estos tambores de cerámica se percutían directamente con las manos sobre el parche.
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Otro instrumento rítmico usado entre nosotros antes que el cajón fue el ya desaparecido tamborete. Consistente en una simple hoja de madera cepillada de unos 25 por 35 centímetros, colocada sobre cuatro patas, como una mesita. Otro tipo de tamborete era aquel que en vez de la tabla o tablero llevaba una caja de resonancia sobre la que se clavaban tapas de botella -“chapas”-, las mismas que eran cubiertas por finas varillas de madera. Sobre ellas repicaban los dedos ágiles del tocador. El tamborete dio ritmo de fondo a nuestra zamacueca.
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Nuestra zamacueca fue llevada a Chile en 1824 por los negros del Batallón Nº4 -según nos dice don Fernando Romero-, dando origen a la cueca chilena. Pero parece que también fue con ella nuestro tamborete, pues en Chile hasta ahora es instrumento de percusión para acompañar la cueca una copia fiel de nuestra mesita “enchipada” que los chilenos llaman “tormento”. La descripción del tormento se ajusta en todo a la del tamborete.
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Aparición del cajón
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Los cronistas que hasta mediados del siglo XIX vieran danzar a los bozales en festividades religiosas -Corpus- o en sus mismas cofradías limeñas sólo mencionan como único tipo de orquesta el ritmo de tambores membranófonos abiertos. (El cajón para el festejo es cosa relativamente nueva. En cuanto a su coreografía, todas las versiones actuales son creaciones arbitrarias, paridas en las llamadas “academias folclóricas”).
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Pancho Fierro (1803-1879), que en sus famosas y descriptivas acuarelas también nos dejara algunas versiones de la zamacueca, no pinta el cajón ni al cajonero. De haber existido, no hubiese soslayado su agudo pincel tan importante detalle.
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El gran pintor piurano Ignacio Merino pinta dos versiones de zamacueca: “La jarana” y “Una jarana en Amancaes”. Tales obras datan de la década de 1840-50 (apogeo de la zamacueca), pero en ninguna se advierte el clásico paralelepípedo. Sí figura, junto al mestizo guitarrista, un negro percutiendo una enorme botija colocada entre sus piernas: con la mano derecha bate sobre la boca del recipiente, mientras su izquierda golpea el vientre.
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A comienzos de este siglo ya figura el cajón en la marinera, pero Montes y Manrique no llevan cajón ni cajonero a sus grabaciones fonográficas en los Estados Unidos. Quizá no se le daba aún la importancia, pero una buena falta que les hizo.
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Con el “Canto del cisne” de la “Pampa de Amancaes”, durante la “leguiísta” década de los años veinte, con Sáenz, “Canario”, Ballesteros, Bartola, los Ascuez, Márquez, Covarrubias, Villalobos, Acevedo, Sancho-Dávila y Cobián, los cajones de Monserrate, Arciniega, Ramírez, “Magallanes”, Mendoza y Goyeneche alcanzan renombre y categoría instrumental. Ya no se trata de la improvisada gaveta ni del rotulado envase comercial. Ahora y hasta ahora es todo un prefabricado instrumento.
Pese a las caprichosas confecciones reinantes, creemos que las dimensiones del cajón ideal debieran ser, aproximadamente, las siguientes: un paralelepípedo de 50 por 30 centímetros de frente por 25 de fondo. La madera de los cuatro costados deberá tener un espesor de media pulgada cepillada, siendo el frente o cara -donde percuten las manos- un fino triplay de tres láminas que hagan cuatro milímetros de espesor en total. La placa interior, opuesta a la cara, deberá tener un espesor de tres octavos de pulgada, cepillada. Dicha cara interna o “espalda” del cajón, lleva al centro de una abertura para salida del sonido. Si esta abertura es circular tendrá un diámetro de 11 centímetros; si triangular, de 15 centímetros por lado. La ensambladura de las seis láminas de madera que forman el cajón se practica con clavos, siendo el acabado una mano de charol en color natural.
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Actualmente son los mismos fabricantes de guitarras quienes construyen los mejores cajones, pero, al igual que el encordado instrumento, empleando la misma técnica y materiales salen cajones sonoros y “sordos”. Cuestión de suerte.
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Cada cajonero o cajoneador tiene su modo sui géneris de acomodarse sobre o tras el cajón. Unos -los antiguos, y sobre todo los pocos jaranistas que a un tiempo cantan y cajonean-, sentados en una silla aprisionan el cajón entre las rodillas, asentándolo en el suelo pero inclinando hacia fuera la parte inferior, quedando en un plano perpendicular con la cara paralela a las palmas de las manos. La izquierda saca los tonos altos sobre el extremo superior izquierdo del cajón, mientras la mano derecha golpea de plano y al centro sacando tonos graves. Combinando goles, a veces ambas manos percuten o al centro de la caja.
Una variante de esta posición es eliminando la silla y sentándose directamente sobre el vertical cajón asentado a plomo sobre el suelo. Otra, colocando el cajón en posición horizontal y sobre el suelo: el tocador deberá sentarse sobre el instrumento con la pierna izquierda a la cabeza de la caja y la derecha delante del frente. Luego, la mano izquierda juega por entre las abiertas piernas mientras la otra mano pasa bajo la pierna derecha; ésta casi oculta las manos del cajonero.
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Nicomedes Santa Cruz
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El Dominical de El Comercio. 14 de diciembre de 1969.

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